jueves, 24 de noviembre de 2016

DIARIO DE UN SWITA (2) by Jose A. Valdés


Y aquí estamos, de nuevo ante el peligro, a las nueve y media de la mañana. Es verdad: no es una hora demasiado madrugadora. Pero es que en la universidad salirse del horario de uno parece un esfuerzo sobrehumano. Hoy nos hemos puesto en marcha, o más en marcha, si cabe.

El asunto de hoy es peliagudo: la bioseguridad. Como vamos a salir a colegios e institutos en la búsqueda de microorganismos desconocidos (algo parecido a lo que le ocurrió a Gulliver, pero mucho más del siglo XXI) tenemos que tener en cuenta todas las cosas que pueden pasar pero que no tienen que pasar. 

En primer lugar, hemos refrescado los niveles de bioseguridad. El nivel 1 (BSL1) es el más accesible y asequible. De hecho, es el que nos encontraremos en los lugares de destino. Y, para que os hagáis una idea, es aproximadamente el mismo que podemos hallar en una cocina de cualquier persona mínimamente limpia. De los pisos de estudiantes y de la casa de Gran Hermano no hablo.

El nivel de bioseguridad 2 (BSL2) ya es otra cosa. Es el que tenemos en los laboratorios de la universidad. Como no conocemos a los microorganismos que nos vamos a encontrar, será en estos laboratorios y en este nivel de seguridad en el que tendremos que trabajar en muchas ocasiones. Sobre todo en la franja final del SWI, allá para junio. Qué queréis que os diga: con estos fríos para mí pensar en verano es como pensar en el más allá.

Un nivel 3 (BSL3) son palabras mayores: ya hay que vestirse de astronauta (esta simpática metáfora no es mía: el copyright le pertenece al gran jefe SWI, Víctor J. Cid) porque los microorganismos no son desconocidos: son conocidos y, por si fuera poco, patógenos. Del nivel 4 (BSL4) ni os hablo: es el que hace falta en crisis como la del ébola.

Después de meternos la seguridad hasta en el tuétano (¡cómo no!) nos hemos vuelto a meter en el laboratorio. Allí hemos aprendido cómo haremos la prueba de antibiosis: hemos hecho un césped (es decir, un lecho de microorganismo conocido, pariente cercano de los patógenos ESKAPE) y sobre él hemos picado (¡fijaos qué microbiológico estoy ya!) algunas colonias que teníamos aisladas de cultivos anteriores. Los nuestros de ayer todavía no han crecido. La paciencia es la madre de la ciencia. 
Veremos si encontramos algo. Lo que buscamos, para los no microbiólogos, es un halo de inhibición. Esto es, un redondel alrededor del microorganismo picado que indica que el microorganismo del césped no ha sido capaz de crecer ahí. Así de sencillo; así de genial. Por cierto, ya sé que no os he explicado lo que son los microorganismos ESKAPE; pero es que quiero conservar algo de misterio. Si no fuera por el misterio, ¿qué sería de esta vida nuestra, queridos lectores? Mañana mismo lo resuelvo. Eso si el diario del SWI lo permite, porque menudo ritmo llevamos. Esto sí que es una fase de crecimiento exponencial.
 


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